Catalina Bárcena y Gregorio Martínez Sierra en 1911
El año 1911 fue determinante en la trayectoria vital y profesional de Catalina Bárcena y de Gregorio Martínez Sierra. Ella, tras su boda con Ricardo Vargas en 1909 y su reciente maternidad en octubre de 1910, abandonó en 1911 la compañía de María Guerrero para enrolarse en la del teatro Lara, un cambio decisivo para su carrera de actriz. Él, tras una larga lucha por hacerse nombre como autor dramático, había alcanzado por fin el éxito definitivo ese mismo año con Canción de cuna y se había convertido en una de las firmas más codiciadas por los empresarios teatrales. En algunos proyectos, sus caminos se cruzaron. Las páginas que siguen indagan en esos primeros contactos entre la actriz y el autor durante aquellos meses cruciales.
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Es todavía un misterio cuándo y cómo se conocieron Catalina Bárcena y Gregorio Martínez Sierra. Ella había debutado en la compañía de María Guerrero en febrero de 1907. Ya por entonces Martínez Sierra, ávido espectador de teatro, era muy conocido en tertulias y círculos literarios de Madrid, pero seguía persiguiendo una ilusión que parecía esquiva: ver sobre un escenario una obra de su pluma y de la de su esposa, María de la O Lejárraga, con quien escribía de consuno sin que apenas nadie lo supiera. Ese impulso irrefrenable lo llevaba a recorrer saloncillos y teatros, visitar empresarios y primeros actores de cuantas compañías podían hacer realidad su sueño. Conocía bien el ambiente entre bastidores porque había logrado desde 1906 que algún arreglo y alguna traducción (la mayoría, obra de su esposa) llegara a las tablas, casi todos en el teatro de la Comedia, gracias a la intercesión de su amigo Santiago Rusiñol. En enero de 1908 lograban los Martínez Sierra en ese mismo teatro de la Comedia el primer estreno propio: Vida y dulzura, obra escrita «a tres manos» con el dramaturgo catalán; y en junio de ese mismo año, aunque en provincias, que la compañía del teatro Lara les estrenase la primera comedia enteramente suya: Juventud, divino tesoro, que no llegó a los escenarios madrileños. Le siguió, en noviembre, Hechizo de amor, en el Salón Nacional. El primer éxito de cierto calado llegó con La sombra del padre, que se estrenó en Lara gracias a la recomendación de los hermanos Álvarez Quintero en marzo de 1909. Éxito que se reafirmó un año más tarde con su segunda comedia en aquel escenario, El ama de la casa, en abril de 1910.
En este ambiente de lucha denodada por hacerse un hueco en el proceloso mundo de la escena, hubiera sido imposible que a Martínez Sierra le pasara inadvertida la irrupción en la compañía de María Guerrero, primero en el Español y después en la Princesa, de una jovencísima actriz de belleza singular y voz admirable que destacaba en los papeles de ingenua dama joven. Pero ellos nunca hablaron explícitamente de cuándo y cómo se conocieron. Se ha sugerido que el primer encuentro entre Catalina y Gregorio pudo ocurrir en el homenaje a Espronceda que se celebró en el teatro Español el 26 de marzo de 1908. El acto fue más bien deslucido, y en él se representaron tres actos de Don Álvaro o la fuerza del sino, al parecer con participación de la Bárcena, aunque las reseñas no la citan. María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza recitaron versos del poeta, Eduardo Marquina leyó otros propios y Gregorio Martínez Sierra envió unas cuartillas escritas «expresamente para esta función»… que leyó Sinesio Delgado porque todo parece indicar que él no asistió al homenaje. Así que difícilmente pudieron conocerse allí.
Sí fue asiduo de la Princesa a partir de su inauguración en noviembre de 1909, ya como propiedad de María Guerrero y Díaz de Mendoza, y de hecho reseñó como «cronista de teatros» del recién aparecido diario La Mañana algunos de los espectáculos de esa temporada: Doña María la Brava, de Marquina, La fuerza amarga, de Linares Rivas, Amores y amoríos, de los Álvarez Quintero… En todos ellos participó Catalina Bárcena, quien recibió los habituales elogios de cortesía por parte de otros críticos, pero su nombre no se mencionó en ninguna de las reseñas firmadas por Gregorio Martínez Sierra.
No escatimó elogios, sin embargo, a los primeros actores de la compañía, Fernando Díaz de Mendoza y «la insigne» María Guerrero, a quien reconocía su «indiscutible soberanía» como motivo de su beneficio (La Mañana, 15-III-1910). A esas alturas, su relación con la gran actriz y su compañía debía ser fluida. Antes de que llegara el segundo estreno en Lara, La Correspondencia de España ya había anunciado que «en el teatro de la princesa ha sido admitida una comedia en tres actos, original de Gregorio Martínez Sierra» (4-II-1910). La obra no tenía ni siquiera título definitivo. Se llamó provisionalmente Sol de la tarde, y con él se estrenó en la temporada americana por Buenos Aires (teatro Odeón), Montevideo y Chile que la compañía emprendió a finales de abril. No tenemos noticia de ese estreno, salvo que en Montevideo tuvo lugar el 25 de septiembre «con gran éxito». Pero es improbable que en aquel estreno participara Catalina Bárcena, dado su avanzado estado de gestación, ya que su hijo Fernando nació el 28 de octubre de ese mismo año en Chile.
Habría que esperar hasta la presentación de la obra en la Princesa, ya con el título definitivo de Primavera en otoño y tras el rotundo éxito de Canción de cuna el mes anterior, para que Martínez Sierra hablase por primera vez de Catalina Bárcena. En una entrevista para La Mañana en que hablaba de la obra, de las razones del cambio de título y de su fórmula teatral, se refería a la interpretación, elogiando en primer lugar a María Guerrero, que encarnaba el tipo de Elena «admirablemente» y hacía en él «una de sus más definitivas creaciones». En cuanto a la joven actriz, que interpretó a la hija, Agustina, señalaba: «La señorita Bárcenas [sic] da encantadora vida a otro personaje del que también ha hecho creación verdadera: es “la hija de su madre”, tan mujer como ella, refinada por una educación bien distinta; mas sin otra misión en la vida que afirmar ingenua y tiránicamente su derecho a la felicidad, ¡y lograrla!, en fuerza de creer que la merece» (3-III-1911). Como se ve, una valoración meramente profesional, pero cargada de admiración por su trabajo como actriz.
La crítica, a la que siempre hay que citar y considerar con todo tipo de precauciones, fue unánime al estimar el trabajo de Catalina Bárcena en aquel estreno: «un señalado y merecido triunfo» (La Época), «un gran triunfo personal» (El Mundo), un trabajo «admirable» (España Nueva), «absolutamente perfecto», (ABC), «el mejor de su carrera artística» (El Correo). Para Alejandro Miquis, si la interpretación de la compañía fue «buena en general», alcanzó cotas de «excelentísima por parte de la señorita Bárcena, admirable ingenua, que sabe ser candorosa sin cursilería, niña con naturalidad y sabe conmoverse y conmovernos cuando es preciso»; y concluía: «La Srta. Bárcena ayer dio muestra de a cuánto puede llegar el arte escénico […]. Así trabajan los grandes artistas» (Diario Universal). Y si Joaquín Arimón (El Liberal) y Xavier Cabello coincidían en señalar que aquel había sido «un gigantesco paso en su carrera artística» (La Mañana), Caramanchel sentenciaba con rotundidad poco frecuente: «La Sra. Bárcena llegó a la perfección. No tenemos hoy damas jóvenes. Apenas asoma una dama joven, es frecuente que aspire a doctorarse de primera actriz, para quedar tal vez sin ser lo uno ni lo otro. La Sra. Bárcena es, pues, un caso de excepción, y anoche ha probado claramente que, sin salirse de su carácter de ingenua, se puede ser maestra de emociones, de matices, de complejidad, de arte, en fin. Yo no sospechaba en ella tan gran talento –no le moleste esta franqueza–, y me complazco en consignar su triunfo, de los más legítimos y brillantes» (La Correspondencia de España). En la misma línea, cuando la obra se representó poco después en el teatro Principal de Valencia, el crítico de El Pueblo concluía: «La señora Bárcena consiguió un entorchado de primerísima dama joven, interpretando el mejor papel de la comedia».
Antes de concluir la temporada de la Princesa, aún hubo tiempo para otro estreno poco conocido de los Martínez Sierra, El palacio triste, «cuento fantástico» en un acto, el 8 de abril de ese mismo 1911. La obrita se presentó en un «sábado blanco», junto con El vergonzoso en palacio, de Tirso de Molina y Mañana de sol, de los Quintero. Fue severamente pateada por el público, aunque buena parte de la crítica la avaló y en sucesivas funciones obtuvo mejor acogida. En esta obra de carácter poético, en que algunos quisieron ver reminiscencias del teatro de Maeterlinck, Catalina Bárcena incorporó un personaje masculino, El príncipe Augusto, y fue destacada por la crítica junto con Josefina Blanco: «El trabajo de la Sra. Bárcena, especialmente, es exquisito», decía antes del estreno La Correspondencia de España, aunque luego, en la reseña de la obra, se tildaba su actuación de «discreta». Otros críticos se limitaron a señalar que «sobresalieron las señoras Blanco y Bárcena» (El Globo), que «habían puesto sus cinco sentidos en la interpretación de la comedia» (El Mundo), o que «merecieron los aplausos del público» (La Época). Discrepó de todos ellos Alejandro Miquis, quien censuró, sin citar expresamente a la Bárcena, la interpretación en su conjunto: «Si la actriz encargada del papel de la princesa madre [Carmen Jiménez], por ejemplo, hubiese sabido interpretarle, las escenas en que intervino no hubieran parecido pesadas a nadie. Es lástima que allí en la Princesa, donde se suele cuidar mucho la interpretación de las comedias, no se reparase antes del estreno de anoche en que tal como hacían los artistas encargados de ello El palacio triste no podía entusiasmar sino a públicos de oído dúctil y bien educado, capaces de apreciar la belleza de la forma» (Diario Universal).
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No acertó Caramanchel en su previsión y Catalina Bárcena muy pronto siguió el ejemplo de otras «damas jóvenes» para «doctorarse de primera actriz». Tras su gira por Valencia, la compañía Guerrero-Mendoza viajó a Barcelona, donde debutó el 10 de junio en el teatro Novedades y permaneció hasta mediados de julio, para concluir sus actuaciones en Santander (teatro Principal), entre el 20 y el 28 de julio, siempre con Catalina Bárcena en el elenco. Pero, sorprendentemente, a los pocos días saltaba la noticia: la compañía de Lara, que tras una gira por los principales teatros de provincias había comenzado su actuación el 1 de agosto en el teatro Principal de San Sebastián, preveía cambios importantes en su composición. Al concluir la temporada donostiarra, «dejarán de pertenecer a la compañía la notable actriz Conchita Ruiz y el actor Sr. Mihura», no por discrepancias con la empresa, sino «por haber contraído anteriormente compromisos con otras empresas»; simultáneamente, se había contratado a «Catalina Bárcenas [sic], Ricardo Vargas y un actor nuevo para el público de Madrid, D. Guillermo de Mancha», a la vez que se confirmaba la continuidad de «las celebradas actrices Leocadia Alba, Joaquina Pino y la Srta. [Mercedes] Pardo» (La Correspondencia de España y La Época, 5-VIII-1911). No hay testimonios que lo confirmen, pero todo parece indicar que en esta contratación pudo jugar un papel determinante Gregorio Martínez Sierra, una de las firmas bandera de la empresa de don Cándido Lara. De hecho, el 4 de agosto los de Lara estrenaron en la capital donostiarra con enorme éxito Canción de cuna, y el 17 de ese mismo mes repusieron El ama de la casa. Ambas, sobre todo la primera, se repitieron en funciones sucesivas, siempre con Conchita Ruiz en los papeles con que se habían estrenado.
Fue el 4 de septiembre cuando la novedad se presentó públicamente. Catalina Bárcena volvía, en cierto modo, a sus orígenes, ahora en el escalón más alto, con la interpretación de El genio alegre, de los Álvarez Quintero, pero en el papel protagonista, el de Consolación: «Los artistas de Lara continúan siendo aplaudidísimos, habiendo ingresado ya en la compañía Catalina Bárcena, que ha hecho su debut en El genio alegre, interpretando el papel de Consolación, en vez del de Coralito, que fue el que le dio ocasión, como el lector recuerda, para su consagración artística definitiva. Catalina Bárcena será una excelente Consolación, como antes fue una Coralito encantadora» (La Correspondencia de España). La Voz de Guipúzcoa, por su parte, informaba in situ del evento:
Con la preciosa comedia de los Quintero El genio alegre debutó anoche la señorita Bárcenas [sic], joven artista que ha llegado por propios méritos a ocupar un envidiable puesto en el arte.
La señorita Bárcenas nos pareció a nosotros y le pareció al público una actriz excelente, muy digna de ocupar puesto preeminente en esta compañía donde tanto se aquilatan méritos positivos.
En su bonito papel de Consolación, nos gustó mucho y demostró innegable talento. (5-IX-1911)
Y a los pocos días, afianzaba su puesto preeminente en la compañía con la reposición de La rima eterna, también de los Álvarez Quintero, en esta ocasión en el papel que había interpretado Conchita Ruiz en el estreno. No deja de ser revelador que el crítico de La Voz de Guipúzcoa tuviera que renunciar a valorar el estreno y la labor de otros intérpretes en su reseña por «falta de espacio», pese a lo cual se sentía obligado a «cumplir un ineludible deber»:
… y ya que de las obras puestas en el Principal no se diga nada por ser conocidas, debe decirse por ser de justicia que anoche se reveló una gran actriz.
La señorita Bárcena se ha encargado del dificilísimo papel de La ensoñadora en La rima eterna, después de estrenado en esta misma compañía por la excelentísima actriz Conchita Ruiz.
La hazaña era de prueba y de ella salió, como decimos arriba, la consagración de una gran actriz, pues hizo una labor personal poniendo en el desempeño del difícil personaje todo su talento, que demostró poseer en gran cantidad.
Fue ovacionada con mucha justicia… (15-IX-1911)
También la prensa madrileña se hizo eco del acontecimiento, y anunciaba ya su éxito en Madrid.
La brillantísima acogida que el público de Lara [sic] hizo a la gentil actriz Catalina Bárcena en la noche de su debut fue confirmada anoche en la representación de La rima eterna.
Las admirables aptitudes de Catalina Bárcena fueron puestas de relieve en su trabajo, que mereció constantes aplausos.
El conjunto del cuadro artístico es hoy insuperable, y cuantos lo forman se disponen a trabajar con entusiasmo en la próxima temporada con las numerosas obras nuevas que se pondrán en escena. (Heraldo de Madrid, 16-IX-1911)
En efecto, aquella temporada estival en San Sebastián no fue más que el preludio de su triunfal irrupción en el teatro Lara, la popular «bombonera». A finales de septiembre, la prensa daba cuenta de la composición de la compañía, en la que, al lado del director artístico, Eduardo Yáñez, aparecía el actor Francisco Palanca como «director de escena», asegurando que «el cuadro artístico no puede ser de garantías más sólidas». Entre los estrenos más atractivos para la nueva temporada, una obra de Benavente, La losa de los sueños; otra de los Álvarez Quintero, Puebla de las mujeres; y Los pastores, de Martínez Sierra (El Debate, 30-IX-1911; La Época, 3-X-1911). Lo que no se desveló hasta última hora (Heraldo de Madrid, 10-X-1911) fue que el debut oficial de la compañía iba a realizarse el jueves 12 de octubre con la reposición del gran éxito de la temporada anterior, Canción de cuna en la sesión vespertina o vermouth; y con la de La rima eterna (completaban el programa dos estrenos: el sainete El rey de la casa, de Antonio Casero, y el monólogo de Benavente Un señor que renuncia al mundo; en ninguno participó la Bárcena) en la función de noche. En esas dos funciones, que de hecho fueron expresamente diseñadas para la presentación oficial de Catalina Bárcena como primera actriz de Lara, ella iba a representar los mismos papeles que en los respectivos estrenos había desempeñado la magnífica Conchita Ruiz, quien pronto regresaría a la compañía de la Princesa en lo que parecía ser un simple intercambio de puestos. Al terminar aquella función, el crítico de El Liberal tuvo ocasión de preguntar a Gregorio Martínez Sierra su opinión sobre la actriz, y su respuesta no pudo ser más expresiva, demostrando la admiración que sentía por ella:
Al salir de Lara, encontramos a Martínez Sierra.
–¿Qué le ha parecido a usted la Bárcena?
–Ya la conocía. Ella me estrenó Primavera en otoño.
–Pero en Canción de cuna…
–¡Ah! No me diga usted nada. ¡¡Colosal!! (13-X-1911)
Era la segunda ocasión en que el dramaturgo se pronunciaba públicamente sobre la actriz. Y era también, según la crítica (de nuevo con todas las precauciones con que ha de leerse), la «prueba definitiva» con que Catalina Bárcena se había acreditado ante el público madrileño como primera actriz indiscutible de la compañía. La inauguración de Lara traía otras novedades, como la remodelación de «la bombonera», tanto en la sala, con una nueva y «espléndida instalación de luz», como en la decoración del vestíbulo «con tonos blancos». Pero todos los focos se centraron en la nueva figura del elenco. Así, ABC señalaba que en Canción de cuna «se presentó al público como primera actriz la señora Bárcena, que ya traía de la Princesa toda su documentación en regla para aspirar a tan preeminente puesto», y desde el primer momento «tuvo la más franca acogida». El Globo resaltaba el «triunfo personal indiscutible de la notable actriz» recientemente incorporada a la compañía. La Correspondencia de España destacaba que «la Bárcena ha entrado en el público de Lara desde las primeras escenas en que tomó parte, y ha sido aplaudidísima». La Prensa aseguraba que en Canción de cuna «obtuvo un éxito completo Catalina Bárcena, que hacía su debut como primera actriz». El Imparcial realzaba que en aquella presentación «ha renovado los triunfos de la Princesa la notable actriz Catalina Bárcena, cuyo debut en esta compañía se verificó últimamente, en la brillante y provechosa temporada de San Sebastián», y resaltaba que en su actuación, «aun luchando con el recuerdo imborrable de Conchita Ruiz», había logrado superar su «arduo cometido» con una interpretación en que puso «toda la dulzura, la delicadeza y la vaguedad poética que atesora su fino y sensible temperamento artístico». En opinión de Alejandro Miquis, la inauguración de Lara había presentado «tres novedades»: dos estrenos de escasa importancia y otra muy relevante, «la presentación de Catalina Bárcena». Aunque a su juicio había logrado «el triunfo más completo» en La rima eterna, enfatizaba: «Catalina Bárcena triunfó, como era de esperar. Su campaña anterior en la Princesa fue brillantísima, y en Primavera en otoño, principalmente, afirmó su puesto de excelentísima actriz. Al pasar a Lara, con ascenso, podía ir segura de vencer, y ha vencido. Lo extraño es que a algunos les haya sorprendido como una revelación lo que hizo ayer» (Diario Universal). Heraldo de Madrid también apuntaba en la misma dirección:
La gentilísima actriz Catalina Bárcena quedó consagrada ante los devotos del teatro de la Corredera.
A maravilla encaja en el género y el cuadro de Lara la damita discípula de la gran María Guerrero.
Vivos y repetidos aplausos premiaron su trabajo, su buen decir y la bien perfilada presentación escénica.
Es una verdadera adquisición para Lara la de Catalina Bárcenas [sic].
Pero, sin duda, fue el crítico de El Liberal quien con más detenimiento valoró el evento, el más entusiasta y el más certero en su comentario de aquella presentación memorable:
Pero la compañía se ha avalorado considerablemente con el ingreso de Catalina Bárcena, Ricardo Vargas y Virginia Alverá. Tres artistas de fuste, que han consolidado su fama en brillantes trabajos dramáticos.
La función inaugural de Lara ofrecía ayer un caso de curiosidad artística, que se justifica plenamente recordando las buenísimas campañas que había hecho en la Princesa, con la compañía Guerrero-Mendoza, la entonces dama joven Catalina Bárcena. La prueba a que se sometía anoche la nueva actriz de Lara era de mucha consideración y de positiva influencia para su porvenir artístico, pues había de interpretar papeles que fueron creados por una excelente actriz, muy querida del público y que –dicho sea de paso– había realizado una, no diremos insuperable, pero sí maravillosa labor escénica.
Catalina Bárcena triunfó, y triunfó ruidosamente. En Canción de cuna no se puede hacer más de lo que ella hizo. El espíritu del poeta, idealizado por la actriz, emocionó honda, dulcemente, al auditorio, que tradujo su legítimo entusiasmo en continuas y calurosas ovaciones.
Se renovaron las manifestaciones de admiración para la nueva actriz de Lara en la comedia La rima eterna. Dudamos que se pueda declamar la poesía de Bécquer mejor que la declamó anoche Catalina Bárcena. No creemos que ninguna actriz pueda dar al simbólico personaje de los Quinteros [sic] una tan delicada, tan artística ni tan poética interpretación.
Al concluir la función de anoche, don Cándido y Yáñez fueron calurosamente felicitados por la valiosa adquisición que han hecho contratando a la señora Bárcena.
No es ocasión de descubrir ahora a una artista que el año anterior fue celebradísima en la Princesa, la noche que se estrenó Primavera en otoño, de Martínez Sierra. Entonces se dijo en estas columnas quién era Catalina Bárcena y cuál habría de ser su porvenir en la escena. Su gran triunfo de anoche no es más que una confirmación de lo que entonces dijimos.
También sobre su brillante porvenir se pronunció El Debate, destacando, como hicieron algunos otros críticos, su papel en La rima eterna por encima del de Canción de cuna: «La Bárcenas [sic], que tendrá en el marco más reducido de Lara grandes éxitos, como los tuvo en la Princesa, a pesar de vivir bajo la sombra augusta de María Guerrero, ganó una victoria franca en La rima eterna». Los ecos de aquellas dos funciones llegaron hasta su tierra natal. El Cantábrico hablaba de Catalina Bárcena como «cosa nuestra, por ser ella oriunda de la Montaña» y se enorgullecía de «cantar el legítimo triunfo obtenido por la joven actriz» en su presentación en Lara; tras citar brevemente las reseñas de José de Laserna en El Imparcial y de Alejandro Miquis en Diario Universal, concluía: «Felicitamos muy cordialmente a Catalina Bárcena por este brillante triunfo en su carrera artística, que ha de servirla [sic] de pedestal honroso para su elevación como una de las más relevantes figuras de la escena española» (15-X-1911).
Canción de cuna se mantuvo casi ininterrumpidamente en cartel, alternando con otras obras de repertorio (entre ellas El ama de la casa), hasta mediados del mes de noviembre y después se repuso esporádicamente durante esa temporada, al menos entre enero y marzo. El prestigio y la fama de Catalina Bárcena, a partir de entonces, no hizo más que crecer, con estrenos como La losa de los sueños, de Benavente (9-XI-1911), donde hizo el papel de Rosina; y Puebla de las mujeres, de los Álvarez Quintero (17-I-1912), en que encarnó a Juanita la Rosa, además de numerosas reposiciones (obsérvese la tendencia estética del repertorio y la discreta consistencia artística de las obras que se presentaban).
¿Y Gregorio Martínez Sierra, entretanto? Recordemos que ese año 1911 los Martínez Sierra habían estrenado ya en tres teatros diferentes: Canción de cuna, en Lara (22 de febrero); Primavera en otoño (3 de marzo) y El palacio triste (8 de abril), en la Princesa; y La suerte de Isabelita, en Apolo (5 de mayo). Y que en este mismo teatro habían presentado, poco antes del comienzo de la temporada de Lara, Lirio entre espinas (29 de septiembre) y cerrarían su año más prolífico con la zarzuela La familia real (23 de noviembre). Parece fácil deducir por qué no pudieron cumplir la promesa de entregar Los pastores, como se había anunciado, que hubo de esperar para su estreno hasta dos temporadas más tarde; ni la de escribir La hora del diablo, que habían prometido a María Guerrero para la Princesa y también concluirían muchos años después. A ello contribuyó, sin duda, la grave enfermedad que contrajo Gregorio. A finales de diciembre de ese año 1911 saltaba la noticia de que estaba «enfermo de alguna gravedad» por fiebres tifoideas. Llegó incluso a especularse con su muerte en los primeros días de enero de 1912, hecho que fue desmentido inmediatamente, pero la convalecencia se prolongó durante bastante tiempo. Él mismo recordaría más tarde que pasó varios meses recuperándose en Niza de una «enfermedad larga, tediosa y grave», alejado del teatro y de cualquier otra actividad.
Sin embargo, el final de la temporada reservaba una sorpresa a los espectadores: el estreno de El pobrecito Juan en el beneficio de Catalina Bárcena, el 1 de mayo de 1912, que Gregorio no pudo presenciar por estar aún «convaleciente de grave enfermedad» fuera de Madrid (El Mundo). La crítica redobló en esta ocasión las alabanzas hacia Catalina Bárcena, quien «probó una vez más que es una insigne actriz, flexibilísima, natural, ingenua, intensa…, que corre a pasos de gigante hacia su tercer entorchado» (El Debate); o, según otro crítico, el talento «con que en tan poco tiempo ha conquistado un puesto merecido entre nuestras primeras actrices» (España Nueva). En opinión de Caramanchel, «aprovechó esta oportunidad para demostrar con mayor claridad que ningún día cómo reúne méritos suficientes para ocupar brillantemente en Lara el puesto de primera actriz», o de manera más gráfica, superó con la máxima nota sus «felices oposiciones a primera actriz de Lara» (La Correspondencia de España). Y para el gacetillero de El Liberal, Catalina Bárcena era «la gran actriz del mañana. No es una esperanza risueña como tantas otras que no consiguieron trasponer los umbrales de la fama; es ya una realidad y pronto será una eminencia dramática»; y añadía al valorar su papel en El pobrecito Juan:
Catalina de la Bárcena [sic] es a mi juicio hoy la única actriz que puede dar la sensación justa, la necesaria intensidad al carácter de Mariana. Ingenua sin gazmoñería, bondadosa sin amaneramiento, enamorada sin empalago, entiende el hermoso tipo con una tan maravillosa clarividencia, que no parece sino que la extrajo con su propia mano del pensamiento del autor. Ella misma no se da cuenta de lo admirable de su labor.
Esa, y solo esa, puede ser Mariana.
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Cabe preguntarse si a esas alturas Gregorio y Catalina habían iniciado ya su relación sentimental. Todos los indicios apuntan a que no, aunque ese es otro misterio de difícil solución. Los datos que conocemos parecen indicar que hasta entonces sus vínculos no habían traspasado el ámbito profesional, por mucha admiración mutua que hubiera entre el escritor y la actriz. De hecho, la presencia de Gregorio en Lara apenas había tenido trascendencia a lo largo de aquella temporada 1911-1912, salvo en sus inicios y en este final un tanto inesperado, mientras que Catalina había salido victoriosa, en palabras de Caramanchel al hacer balance de la misma, «en la difícil prueba de ocupar en Lara el primer puesto» (La Correspondencia de España, 28-V-1912).
Sí es cierto que en aquel estreno de El pobrecito Juan algunos críticos creyeron adivinar una realidad que trascendía de algún modo la simple relación entre dramaturgo e intérprete y el papel principal parecía escrito expresamente para ella. Así lo expresó Xavier Cabello en La Mañana: «Es el personaje Mariana un preciosísimo trazo de pincel, hecho exclusivamente para el temperamento artístico de la Bárcena». Y aún más explícito era el cronista de El Universo: «La comedia de Martínez Sierra ha sido, indudablemente, escrita para que la señora Bárcena luciese anoche sus envidiables aptitudes artísticas, y con decir que la obra realizó el fin inmediato del autor, está dicho lo principal». ¿Se había convertido Catalina Bárcena en «la actriz» de Martínez Sierra? Consideramos que todavía no, por más que su personalidad como intérprete comenzaba a influir, de algún modo, en el tipo de teatro que la pareja de escritores planeaba para el futuro. Tal vez porque ella representaba, con su talento natural y su peculiar fórmula interpretativa, la vía más adecuada para hacer triunfar sus comedias sobre las tablas, pues encarnaba a la perfección el modelo de mujer que ellos querían plasmar en su teatro.
A Martínez Sierra, contra lo que a veces se ha asegurado, le llevaría tiempo asentar su influencia en Lara y convertirse en el autor casi omnipresente en su repertorio. Mientras Catalina Bárcena y Ricardo Vargas proclamaban su felicidad a comienzos de la siguiente temporada en un reportaje de Heraldo de Madrid (4-XI-1912), los Martínez Sierra seguían desgranando su producción teatral por diversos escenarios. Volvieron a estrenar, sí, una obra en Lara, Madrigal, de nuevo en el beneficio de Catalina Bárcena (6-V-1913), bagaje escaso para hablar de una relación especial con aquel teatro y con su primera actriz; pero también regresaron a la Comedia con Madame Pepita (20-XII-1912) y El enamorado (24-V-1913); a la Princesa con Mamá (3-III-1913) y Solo para mujeres (22-III-1913), estrenaron en Eslava la comedia lírica La tirana (15-II-1913)…
Sea como fuere, en el recuerdo de Catalina siempre quedó grabado aquel año 1911 como una etapa trascendental en su trayectoria, y así lo recordaría en una entrevista posterior: «Pero donde me premiaron con más generosidad fue en Primavera en otoño. Esa comedia me llevó a Lara, haciéndome primera actriz» (Heraldo de Madrid, 20-XI-1916).
