Poco nos queda por añadir. Si alguna responsabilidad tenemos hacia nuestro pasado es la de no contribuir a que caigan en el olvido esas vidas que se dedicaron, hasta las últimas fuerzas: a cambiar, a mejorar, a transformar el arte, la cultura, la historia, ese patrimonio único y de valor inmaterial e incalculable y que nos pertenece a todos. Catalina Bárcena fue una de esas vidas, síntesis entre tradición y modernidad, teatro y moda, arte y vida, que se atrevió, siendo mujer, a convertirse en una figura de dimensión internacional, que compaginó su rigor profesional con una valentía artística casi visionaria, y con una vida personal compleja y desafiante. Su legado, en fin, nos invita a reconsiderar el papel de las mujeres -y a apreciar el suyo, gigante, en particular- en la construcción de la modernidad cultural, y su figura sigue siendo un símbolo de esa época extraordinaria de nuestra historia y nuestra cultura que fue la Edad de Plata española, así como un espejo donde mirarnos.
El éxito de Catalina Bárcena en el teatro no puede comprenderse sin analizar las relaciones y colaboraciones artísticas que marcaron su carrera. No solo su condición de “musa” para algunos artistas -como Rafael Barradas, Federico García Lorca o el propio Martínez Sierra- sino su capacidad para trabajar con los mejores dramaturgos, directores, diseñadores y músicos de su tiempo no solo consolidó su estatus como primera actriz del teatro español, sino que también la convirtió en una figura central en la renovación escénica de la Edad de Plata.
De su importancia como actriz, rostro visible y tras la muerte de su marido, también directora artística del Teatro de Arte/Compañía cómico dramática Gregorio Martínez Sierra, ya hemos hablado largo y tendido en apartados anteriores. No hemos, sin embargo, mencionado la relación profesional y la colaboración con la dramaturga y esposa del director, María de la O Lejárraga, autora de muchas de las obras que representó la actriz y para la cual escribió gran número de papeles que tenían en cuenta las capacidades interpretativas de Bárcena. Aunque desde el punto de vista personal esta relación causa aún gran controversia, no podemos obviar el hecho de que, si Lejárraga contribuyó al éxito de Bárcena al escribir muchos de los papeles que representó por todo el mundo, Bárcena jugó asimismo un papel central en el éxito y popularización de estas obras, dotándolas de vida y emoción en el escenario.
No fueron las de María Lejárraga las únicas obras con cuyo éxito Catalina contribuyó. En La malquerida, de Jacinto Benavente, Bárcena interpretó a una madre atrapada en un triángulo de amor y celos que culmina en una tragedia. Su actuación fue alabada por su intensidad y autenticidad, consolidándola como una de las mejores intérpretes del repertorio de Benavente. Otro dramaturgo que destacó en la trayectoria de Bárcena fue Federico García Lorca. Aunque Lorca era un autor emergente en el momento de su colaboración, Bárcena fue una de las primeras actrices en reconocer su talento y llevar su obra al escenario. Aunque no se convirtió precisamente en un éxito, en El maleficio de la mariposa, Bárcena interpretó a un personaje cargado de simbolismo, mostrando una conexión única con la poesía y la musicalidad de Lorca. Lorca, le correspondió escribiendo versos dedicados a su talento y su capacidad para encarnar lo efímero y lo poético en el teatro. Esta colaboración fue breve pero significativa, y marcó el encuentro entre dos figuras esenciales de la Edad de Plata.
Fueron también muy relevantes sus colaboraciones con numerosos artistas plásticos, quienes contribuyeron a elevar las producciones teatrales a una experiencia estética completa: algunos de estos fueron Rafael Barradas, pintor y escenógrafo uruguayo, uno de los colaboradores más destacados del Teatro de Arte. Sus diseños escenográficos combinaban influencias del futurismo y el cubismo, y creaban espacios que complementaban las actuaciones de Bárcena. Esta fusión de vanguardia artística y teatral ofrecía al público una experiencia visual y emocional única. El diseñador José Zamora creó algunos de los vestuarios más memorables que Bárcena lució en escena. Sus diseños, caracterizados por su sofisticación y atención al detalle, no solo embellecían las producciones, sino que también ayudaban a definir la psicología de los personajes. Esta colaboración reforzó la conexión entre moda y teatro en las producciones del Teatro de Arte. Fue fundamental asimismo la colaboración con grandes músicos de la época (Conrado del Campo, Manuel de Falla, María Rodrigo, Joaquín Turina, José María Usandizaga). Esta integración de elementos sonoros fue muy novedosa en el teatro español de la época y reflejaba la visión interdisciplinaria que Bárcena ayudó a desarrollar.
Bárcena no solo fue influida por los artistas con los que trabajó, sino que también dejó una profunda huella en ellos. Su enfoque interpretativo y su dedicación al detalle inspiraron a dramaturgos, diseñadores y músicos a explorar nuevos horizontes creativos. Catalina Bárcena se convirtió en el eje alrededor del cual giraban muchas de las innovaciones artísticas del Teatro de Arte y su presencia elevaba el nivel de las producciones. Bárcena no era solo una intérprete; era una fuerza creativa que conectaba las diferentes disciplinas artísticas en una visión unificada de modernidad y excelencia. Su legado interdisciplinario sigue siendo un ejemplo de cómo el teatro puede ser un espacio para la colaboración y la innovación artística.
Catalina Bárcena, además de actriz, fue empresaria, directora y maestra de actores. Su influencia se extendió más allá de los escenarios: desde su compañía y su magisterio artístico se formaron e impulsaron intérpretes que marcarían profundamente la escena española de las décadas siguientes. Entre ellos, Irene y Julia Gutiérrez Caba, Encarna Paso, Adolfo Marsillac, Gracita Morales, Amparo Soler Leal, María Luisa Ponte o Ana María Ventura, nombres esenciales de una generación que heredó su disciplina, su amor por el teatro y su ejemplo de rigor y libertad. Bárcena fue conocida por su disciplina y por un enfoque meticuloso del trabajo que transmitió a quienes trabajaron a su lado, tanto en los ensayos como en las giras y en la vida de compañía.
De una actriz que trabajó desde que era una jovencita hasta que ya era una anciana sorda (Miss Mabel en la obra de Robert C. Sheriff) no debe extrañarnos que conociera a la perfección todos los entresijos del oficio teatral. Ella misma se lamentó muchas veces de las condiciones de trabajo que imponían los teatros y, pese a gustarle más la interpretación teatral que la cinematográfica, no podía menos que preferir las condiciones laborales del segundo, frente a las del primero. Como mujer valiente que fue, no dudó, ya actriz consagradísima y exitosa, en ponerse activamente del lado de sus compañeros de profesión: se convirtió en una defensora de la profesionalización de los actores y de su dignidad artística, abogó por la creación de agrupaciones sindicales de trabajadores del teatro y denunció los abusos laborales que ciertos teatros ejercían sobre los actores y particularmente el “doblete” (la doble función diaria) que tan agotadora resultaba para los artistas, y que ella, particularmente, siempre detestó.
Que, tras la muerte de Gregorio, Catalina tomara como directora artística las riendas del proyecto teatral que ambos habían concebido en Buenos Aires, nos da buena muestra de su implicación y conocimiento del proyecto artístico atribuido a su marido. Durante años, luchó incansablemente contra las dificultades económicas, la censura y el deterioro de su salud con el único propósito de mantener en pie la “Compañía cómico-dramática Gregorio Martínez Sierra”. Aunque algunos cuestionaron el valor literario de las obras representadas, no se podía menospreciar la entrega de los actores, la meticulosa puesta en escena bajo la dirección de Bárcena, y su empeño por llevar el teatro a rincones donde apenas llegaban grandes producciones. Su labor no solo abarcó la puesta en escena de comedias, sino que también impulsó autores menos conocidos, tanto españoles como extranjeros. El proyecto de renovación teatral continuaba vivo en sus manos.
En 1952, disolvió la compañía, pero no dejó de apoyar iniciativas artísticas de relevancia. Se involucró en el Teatro Escuela de Arte junto a Manuel y Fernando Collado y Cipriano Rivas Cherif, que llevaron a cabo el estreno de Triángulo en el Teatro María Guerrero, a modo de homenaje póstumo a Gregorio Martínez Sierra. Reapareció en el Infanta Isabel con una obra de Stefan Zweig, La leyenda de una vida, traducida por su hija Katia y representada por primera vez en España, que marcó un hito en la escena cultural del momento.
A la faceta de Catalina como una actriz comprometida, capaz de dar voz a las inquietudes de las mujeres de su tiempo, se contrapone, su condición de “celebritie” de la época. Si, como decíamos, los papeles de Nora y Elda contribuyeron a lo primero, fue su interpretación de Margarita Gautier en La dama de las camelias, vestida por la célebre diseñadora Jeanne Lanvin, lo que la catapultó como una auténtica estrella de la escena y un referente de elegancia. La imagen de Catalina nos ha llegado gracias a la fotografía y al arte gráfico, con ilustradores como Rafael Sanchís Yago, Penagos, Fontanals o Barradas que contribuyeron a la difusión de su estampa en carteles promocionales, periódicos y revistas ilustradas. Además, Catalina realizó además alguna incursión en la publicidad: en 1916, su rostro apareció en Mundo Gráfico anunciando los productos de la firma “Peele”, e incluso posó con un mono de trabajo junto a un automóvil en una simpática sesión fotográfica. Esto era lo habitual: en las primeras décadas del siglo XX, la fama de las actrices trascendía los escenarios, y las compañías teatrales –incluida la de Gregorio Martínez Sierra– no dudaban en aprovechar su imagen para potenciar su éxito comercial. Catalina utilizó su magnetismo singular, su combinación de sofisticación, belleza y profundidad para apoyar su gran proyecto teatral, el Teatro de Arte.
Probablemente no fue tanto Catalina – discreta siempre y con poco interés por los lujos ni los vestidos, que además desterró por completo en su última etapa para vestir casi exclusivamente de negro- sino Martínez Sierra quien propició la relación, habitual entre las actrices de Hollywood, pero no tanto en España, de Catalina con la alta costura: Dior, Balenciaga y diseñadoras de renombre como Lanvin y Jeanne Paquin crearon para ella piezas exclusivas, modernas y artísticas. Su vestuario no solo realzaba su imagen, sino que también contribuyó a cimentar su estatus como una de las primeras celebridades del espectáculo. En sus años en Hollywood, trabajó con figuras como Max Factor y Jack Pierce, quienes ayudaron a perfeccionar su imagen para el cine sonoro.
Esto podría resultarnos poco interesante si no fuera por tres motivos: quizá el más importante, es que Catalina utilizó su estatus como actriz para conectar el teatro con la cultura popular. Su presencia en revistas, periódicos y hasta en campañas publicitarias convirtió al teatro en un espacio relevante no solo para las élites, sino también para el público general. En segundo lugar, porque esta imagen de elegancia europea y de modernidad tan en consonancia con las audiencias internacionales ayudaba a cambiar la percepción de España en el extranjero como un país culturalmente rezagado. Y en tercero, porque Catalina era un modelo para las mujeres de su época. Y, como señaló Carmen de Burgos en La mujer moderna y sus derechos (1927), hay una relación entre el feminismo y la moda: esta es un derecho más de la mujer vinculado a su nuevo papel social que la reivindica como ser con personalidad propia, como artista y sujeto estético. Una apreciación que no deja de resultar modernísima.
En todo caso, por si alguien tiene dudas de si estas consideraciones pueden considerarse más que eso, consideraciones, podemos defender también una verdadera aportación material e indiscutible de Bárcena a la cultura española: sus trajes (los que no se vendieron), piezas de arte y reflejo de una época, son hoy propiedad de todos y pueden admirarse en el Museo Nacional del Traje.
La experiencia de los Martínez Sierra en Hollywood fue de las primeras incursiones de españoles en la industria cinematográfica (junto con Edgar Neville o Claudio y Josefina de la Torre). Es indudable, en ese sentido, su labor de pioneros también en este campo, tan poco explotado en España. Mientras Gregorio hacía sus pinitos como guionista y director artístico, Catalina demostró una vez más que su intuición actoral, su meticulosidad, su plasticidad y rigor técnicos podían servirle tanto en teatro, como para interpretar papeles en el cine.
| Así, explicaba en otra entrevista:
Los españoles podemos actuar ante el objetivo con las mismas posibilidades de éxito que los anglosajones. Lo que sucede es que es preciso educarnos en las nuevas normas de expresión. No se puede, en efecto, ir al campo de batalla con los mismos procedimientos expresivos de las candilejas. Aquí, en el cine, hay que actuar con una sobriedad a la cual nosotros no estamos acostumbrados. Las manos, las cejas y los hombros no cuentan, no deben contar como medios de expresión. Sobriedad, sobriedad y sobriedad. Que no se tema en ningún momento incurrir en el pecado de impasibilidad […] Son los ojos, precisamente los ojos, los que deben expresar”. [5] |
A pesar de que la incursión de la pareja en el mundo de Hollywood no siempre fue bien valorada por la crítica, es indudable su labor de precursores del cine español que aprovechó para reivindicar la necesidad de impulsar la industria y lanzar una imagen de España al extranjero que contrarrestara la visión pintoresca o folclórica de esta. Además, convencidos de la necesidad de promover la industria cinematográfica en España, a su regreso comienzan el rodaje de tres películas que tenían proyectadas. Pero corre el año 1936 y se desencadena la guerra, truncando todos sus planes y retrasando la necesaria puesta a punto de la creación cinematográfica en España.
En cuanto a Catalina, no dejó de aprovechar algunas de las ventajas que vivir en Estados Unidos en esa época proporcionaba a las mujeres: aprendió a conducir y a hablar en inglés y podía, en la libertad de su anonimato, y por la mayor relajación de costumbres que existía en EEUU, salir sola y extravagantemente vestida. Pero también tuvo que ceñirse a las exigencias estéticas de los nuevos estándares femeninos: desde decolorarse el cabello hasta la tortura de las dietas a las que sometían a las actrices de su tiempo. Quizá otra prueba de su enorme talento por encima de modas y estéticas, fue que, pese a no cumplir por entero los estándares de edad y belleza que exigía Hollywood, fue capaz de mantener una imagen de madurez inconformista, de contención y elegancia, culta y refinada.
[5] PIZARRO, José: “Hablando con Catalina Bárcena”, La Voz, 6-8-1932, pp.4 en Alba Checa.
El trabajo de Catalina Bárcena con el Teatro de Arte tuvo un impacto que trascendió las fronteras de España. Durante las giras internacionales de la compañía (París, Buenos Aires, Uruguay, Chile, Perú, Panamá, Costa Rica y Cuba, Nueva York, México o Montevideo) Bárcena llevó a cientos de escenarios y públicos obras del repertorio español con enorme éxito, como demuestran los once días que llenaron por completo el Teatro Fémina de París en 1925 (su actuación fue comparada con las de las grandes actrices del teatro europeo), o la temporada en el Forrest Theatre de Broadway donde representaron Canción de cuna en español, y recibió críticas asimismo magníficas. Lo que más se valoró fue el carácter hondo y universal de su trabajo, su calidad y su temperamento, sin necesidad de explotar los tópicos de la raza.
Para realizar una valoración justa de la importancia de estas giras internacionales por parte de una compañía española, hay que imaginar la enorme aventura y esfuerzo que suponía en aquella época recorrer el mundo transportando, además de a los integrantes de la compañía, toneladas de escenografía y vestuario. A esta gesta casi heroica que sirvió como ninguna para promover fuera de nuestras fronteras el repertorio nacional (un repertorio moderno y novedoso, por añadidura), Catalina sumó lo que consideramos otro de los grandes hitos de su legado: su capacidad para transmitir emociones universales a través de una técnica depurada y un estilo interpretativo único que desafiaba los estereotipos de la cultura española y su imagen sofisticada y cosmopolita, que la convirtió en la mejor embajadora posible de la cultura española.
El talento de Bárcena no pasó desapercibido, y su capacidad para adaptarse a roles complejos y exigentes la llevó a ser reconocida como una de las actrices más prometedoras de su generación. Fue esta reputación la que la puso en contacto con Gregorio Martínez Sierra, con quien formaría una de las alianzas artísticas más importantes de la Edad de Plata.
En España, fue Martínez Sierra el gran artífice de la renovación y dignificación teatral del país (aunque con algún retraso respecto de la escena europea). No fue el único pero, sin duda, fue el que mejor supo conjugar el favor del público, el éxito económico y la calidad artística y literaria. Con esta idea fundó, con la colaboración inestimable de la escritora María de la O Lejárraga, el proyecto del Teatro de Arte, que se inauguró en septiembre de 1916 en el madrileño Teatro Eslava. Inspirado en las corrientes vanguardistas europeas, representó una ruptura con el modelo comercial dominante en la época y promovió un enfoque integral del teatro, donde cada elemento —desde la interpretación hasta la escenografía y el vestuario— contribuía a una experiencia estética unificada. Pilares fundamentales del proyecto serán: la exploración de nuevos repertorios de calidad artística, la participación de artistas plásticos y Catalina Bárcena, cuya presencia fue fundamental para el prestigio del proyecto. Tanto fue así que se comentaba que el Teatro de Arte del Eslava sin ella sería como un plato de pollo… sin pollo[4].
¿Y por qué motivo fue tan importante Catalina para el Teatro de Arte y, por tanto, para la renovación de la escena teatral española? En primer lugar supo adaptarse a un nuevo concepto de compañía teatral, en el que todos los elementos tenían la misma importancia bajo la batuta del director (modelo completamente distinto al de otras compañías como la de María Guerrero, bajo el dominio de los primeros actores); a un repertorio amplio y de gran calidad artística, que conjugó obras clásicas (Shakespeare y Moliere), modernas (Casa de muñecas o Pigmalión, Pirandello o Maeterlinck), estrenos históricos (El maleficio de la mariposa de Lorca) y otros (textos españoles, pantomima o teatro infantil); a ideas novedosas respecto del vestuario y la escenografía, alejados de los cánones realistas, o de la música. Y sobre todas estas innovaciones, que afrontó con entusiasmo y sin miedo, ella aportó su enorme talento interpretativo, su rigor y profesionalidad, y contribuyó enormemente a la difusión del proyecto con su imagen personal, que apareció mil veces reproducida, fotografiada o dibujada en ediciones, programas de mano, cartelería y publicidad, convirtiéndose en el cuerpo y en el rostro del Teatro de Arte.
[4]“Chismografía”, La Correspondencia de España, 3-1-1920, pp.5.
En su desempeño profesional como actriz, Catalina Bárcena obtuvo siempre el aplauso de público y crítica, así como el respeto de compañeros de profesión y otros escritores o artistas. Su belleza, su encanto, su “voz de plata”, seguramente tuvieron que ver. Pero no fueron los únicos motivos.
Los primeros pasos de Catalina Bárcena en el mundo del teatro los dio de la mano de María Guerrero, una de las actrices y empresarias teatrales más influyentes de España. Guerrero no solo le ofreció una formación rigurosa, sino que también la introdujo en el circuito teatral profesional. Con ella trabajó durante más de cinco años, durante los cuales dio muestras evidentes de su talento, a la vez que se atrevió a poner en cuestión los modos escénicos de su maestra. Una anécdota famosa pone de manifiesto los diferentes estilos interpretativos de maestra y pupila. Guerrero insistía a Bárcena en que “gritara” para captar la atención del público[2]. A Bárcena, esto de gritar en escena le parecía una ordinariez. Este desacuerdo, más allá de una diferencia de gusto, representa el cambio, la modernización que a todas luces pedía el teatro español de aquella época, lejos aún de la revolución escénica que estaba teniendo lugar en Europa.
Una de las grandes aportaciones de Catalina al teatro español fue, por tanto, la introducción en España de nuevas corrientes sobre interpretación que, de la mano del naturalismo y encabezadas por el maestro Stanislavski, preconizaban una nueva técnica de actuación basada en la verdad escénica.
Porque además, Catalina Bárcena fue una actriz extraordinariamente consciente de la técnica. Y no deja de resultar muy llamativo que, sin más formación que la experiencia adquirida con María Guerrero, fuese capaz de desarrollar, con solo su enorme intuición y su reflexión personal, un método profundo, riguroso y modernísimo, de afrontar el trabajo interpretativo que la caracterizó siempre y que le permitió el salto gigante personal y profesional que fue pasar, en poco menos de cinco años, de “meritoria” de la compañía de María Guerrero a primera actriz de la del teatro Lara con absoluta madurez y solvencia.
| Catalina aportó en sus entrevistas, muchos datos interesantes sobre su sistema interpretativo:
Lo primero que hago para estudiar el papel es copiar las acotaciones. Me preocupa, ante todo, poner de acuerdo la palabra con el gesto y el ademán. Nunca me he mirado en el espejo para buscar un gesto. Aprendo muy bien los papeles para no preocuparme de apuntador…” [3] En una conversación con José López Pinillos que ambos mantuvieron en 1916 y él publicó posteriormente añade: “procuro transmitir la sensación, no de una verdad real, sino de una verdad artística”. Para ello, cuenta, primero se deja conmover por la obra y luego por medio del estudio y los ensayos, controla las emociones para transmitirlas de forma veraz en escena. Y continúa: Mi ideal sería representar comedias y tragedias. Tragedias de nuestro tiempo; tragedias en las que el grito, cuando haya que gritar, sea de persona…y hasta de persona débil de pulmones. […] Yo no conseguiría imitar a una diosa ni a una heroína clásica, pero a una mujer…No es indispensable que las mujeres griten como los serenos. |
Tal vez otra gran aportación de Catalina a la escena española de su tiempo, que la ratifica como una actriz de plena modernidad, fue su interés por representar en escena los conflictos de las mujeres de su tiempo. A Carmen de Burgos le confiesa no estar en absoluto interesada por los papeles de ingenua. Se siente, sin embargo, subyugada por personajes femeninos como el de Nora, la esposa que abandona a su marido y a sus hijos para “educarse a sí misma” en Casa de muñecas, de Ibsen o con el de Elda, de El hijo pródigo, de Jacinto Grau. De ambos papeles dice Catalina lo siguiente:
Durante la lectura de una obra, sabiendo de antemano el papel que haré, me fijo especialmente en mis escenas, ocupándome de lo que podríamos llamar la mecánica de la interpretación y siguiendo con el pensamiento la línea que más tarde trazaré con la acción. Pues oyendo El hijo pródigo olvidé todo. No supe ya si iba a ser Elda. Me sentía poseída, exaltada por esos grandes sentimientos en juego; dominada por esta palabra maravillosa, que pasa tan naturalmente del máximo ardor e impetuosidad a la suma dulzura y sosiego, siempre viva y henchida de idea […] Elda y la Nora de Casa de muñecas son los dos papeles más hermosos que he encontrado hasta ahora […] Yo quisiera hacer visible la suprema belleza moral de esta mujer, su infinito dolor contenido, su abismo de alma, con la mayor interioridad posible, sin disonancias de voz ni exceso de ademanes, en un juego en que todo apareciese fundido, íntimamente coordinado, desde la inflexión de la palabra hasta la más mínima vibración corporal.
Y continúa:
Estoy totalmente identificada con Nora. Yo siento todo lo que Nora hace y dice, exceptuando el abandono de sus hijos. En eso soy muy española. A tal extremo, que cuando represento la obra de Ibsen, al llegar al tercer acto, tengo que olvidarme de que existen las criaturas. Aparte de esta circunstancia, también en el tercer acto estoy identificada con las ideas de Nora, que está en plena posesión de la razón.
No cabe duda de que la aparición de este tipo de papeles femeninos, reflejo de una sensibilidad social y una atención a la situación de las mujeres que apenas había existido hasta el momento, tuvo que tener un impacto concreto en una sociedad donde además empezaban a cobrar cuerpo las reivindicaciones acerca de la necesidad de la educación y la emancipación legal de las mujeres, como exigencia ya de muchas de estas, y como paso necesario hacia una sociedad moderna. Y que, si el teatro cumple su función de espejo social, muchas mujeres debieron verse identificadas con la interpretación llena de calidad artística y de verdad escénica de las Nora y Elda de Catalina.
[2] Si bien Catalina Bárcena y Gregorio Martínez Sierra no llegaron a casarse nunca (y la actriz tuvo que aceptar que Gregorio y María Lejárraga no se divorciaran), llevaron una vida plenamente matrimonial durante casi treinta años y como tal se presentaban allá donde iban, por lo que en estas páginas utilizaremos el término “marido” referido a Gregorio respecto de Catalina en este sentido.
[3] Para María Guerrero, formada en las teorías de Diderot del siglo XVII, la voz y la buena declamación musical o romántica eran el eje de toda buena actuación, junto con el gesto y el movimiento ensayado ante el espejo. Catalina, sin embargo, reconoce que su pretensión es también naturalista, pero conjugando acción, palabra y sentimiento, que emanan naturalmente los unos de los otros.
Algunas personas tienen una necesidad enorme de vivir y de creer y dedicar la vida, como en un círculo virtuoso, a lo que les hace vivir. A veces, hasta la renuncia. A veces, hasta el agotamiento, hasta las últimas fuerzas. De Catalina Bárcena nos han quedado noticias de su belleza, algunas (pocas) de su talento como actriz, de su relación con Gregorio Martínez Sierra, tal vez de sus fantásticos vestidos y su vida en Hollywood. Pero, cuando revisamos su legado, cuando repasamos su vida, sus entrevistas, sus proyectos, su evolución como actriz, nos quedamos boquiabiertos. Porque Catalina Bárcena hizo algo único y especial de todo lo que tocó. Con una entrega, un trabajo, una capacidad visionaria, una inteligencia y un compromiso sorprendentes. Así fue como, además de actriz y diva de Hollywood, desarrolló un estilo interpretativo propio, influido por las corrientes naturalistas que llegaban de Rusia y Francia, resultó una pieza clave en la equiparación del teatro español a los grandes movimientos de renovación europeos con su colaboración fundamental en el Teatro de Arte de Martínez Sierra, llevó por todo el mundo la cultura y el teatro español a los que alejó de prejuicios y estereotipos, fue embajadora privilegiada del cine español en Estados Unidos, dirigió la compañía de su marido[1] tras el fallecimiento de este, defendió los derechos de los trabajadores teatrales, formó a nuevas generaciones de actores y actrices, y, como mujer, hizo de su propia vida y de su imagen, un modelo de trabajo, rigor, modernidad, creatividad, independencia, tenacidad y libertad que, sin duda, influyó en sus coetáneas.
Vamos a conocer, un poco más en profundidad, cada una de estas aportaciones.
[1] Si bien Catalina Bárcena y Gregorio Martínez Sierra no llegaron a casarse nunca (y la actriz tuvo que aceptar que Gregorio y María Lejárraga no se divorciaran), llevaron una vida plenamente matrimonial durante casi treinta años y como tal se presentaban allá donde iban, por lo que en estas páginas utilizaremos el término “marido” referido a Gregorio respecto de Catalina en este sentido.
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BURMANN, Conchita (2006). Sigfrido Burmann: La gira americana de Un Teatro de Arte (1926–1929). Madrid: Agencia Española de Cooperación Internacional. Dirección General de Relaciones Culturales y Científicas.
CHECA PUERTA, Julio Enrique (1998). «La actividad empresarial de Gregorio Martínez Sierra: una apuesta renovadora en la órbita del teatro comercial de preguerra». Anales de la literatura española contemporánea, Vol. 23, nº 3, pp. 821–848. Society of Spanish & Spanish-American Studies.
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LEJÁRRAGA, María de la O (2023). Gregorio y yo. Medio siglo de colaboración. Edición de Juan Aguilera Sastre. Valencina de la Concepción (Sevilla): Editorial Renacimiento. Biblioteca de la Memoria.
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O’CONNOR, Patricia W. (1987). Gregorio y María Martínez Sierra. Crónica de una colaboración. Madrid: La Avispa. Colección Teatro.
Estamos enormemente agradecidos a Enrique Fuster del Alcázar y a Gustavo Sainz de la Cotera por el apoyo, atención y cortesía al enviarnos fotos inéditas y desconocidas, así como por toda la información que siempre nos han proporcionado. Sin ellos hubiese sido muy difícil conocer la verdadera historia.
De igual manera, estamos muy agradecidos a Isabel Sanjurjo y a Toño de la Cotera, por el compromiso con este proyecto que tanto les emociona, y también a Juan Aguilera e Isabel Lizarraga por todo su apoyo. Otro agradecimiento especial a profesionales del teatro como Emilio Gutiérrez Caba, siempre disponible para este homenaje; y a Juan Calot, que amablemente nos ha enviado fotos privadas de su madre, Encarna Paso, y de su padre, Juan Calot.
Extendemos también nuestro reconocimiento a todos los investigadores y autores que, con sus publicaciones y estudios, han contribuido al conocimiento de Catalina Bárcena y de su entorno artístico. Entre ellos, los trabajos de Alba Gómez García y Julio E. Checa Puerta, autores de Catalina Bárcena. Voz y rostro de la Edad de Plata (Bala Perdida, 2023), bajo la edición de Lorena Carbajo; así como los de Conchita Burmann y Alda Blanco, cuyas investigaciones han ayudado a iluminar su tiempo y su legado. Agradecemos también el acceso a los escritos y documentos de María de la O Lejárraga y Gregorio Martínez Sierra, fuentes fundamentales para comprender la vida y obra de Catalina.
Agradecemos especialmente a la Fundación Caja Cantabria (Casyc), por su apoyo desde el inicio de este proyecto; al Museo de las Artes Escénicas y al Museo del Traje por facilitarnos numerosas fotografías necesarias para confeccionar esta web; y la excepcional atención y profesionalidad del equipo de documentalistas de la Biblioteca Regional de Madrid, encargado de la valoración y custodia del archivo personal de Gregorio Martínez Sierra y María de la O Lejárraga.
Nuestro agradecimiento también a todos y cada uno de los que han escrito un artículo exprofeso para esta página web con la intención de colocar a Catalina en el lugar que se merece.
Finalmente, agradecemos el interés y la colaboración de todos los que han contribuido, de una u otra manera, en la creación de esta página web. Vuestra implicación, generosidad y entusiasmo han sido imprescindibles. Si por alguna razón alguien no aparece mencionado, os pedimos disculpas sinceras y os invitamos a hacérnoslo saber.
Este proyecto es un homenaje colectivo a Catalina Bárcena, y queremos que todos os sintáis parte de él.